¿PREPARADOS PARA LA VERDAD ANTE ESPEJO? |
Ni el matrimonio, ni la hipoteca, ni un contrato indefinido. El verdadero paso a la edad adulta de un hombre es otro. Ese momento trágico, por el que casi todos pasamos y que nos cambia para siempre es el día en que descubres que tienes entradas. La situación suele darse en un sábado cualquiera en el que te estás arreglando para salir. Entonces un peine revelador te descubre que llevas meses perdiendo pelo y que tu frente va camino de convertirse en una pista de aterrizaje. Y ese es solo el principio del fin.
Cuando un tío entra en el club de los alopécicos, lo primero que le viene a la cabeza es la imagen de su padre o de su abuelo, totalmente calvos. Recurrimos al álbum familiar y freímos a nuestra madre a preguntas sobre “¿qué edad tenía papá en esta foto? ¿Y en esta otra? ¿Y en esta en la que ya no le queda ni un pelo?”(Léase con voz temblorosa). Si no tenemos ningún familiar cercano con calvicie, la desesperación nos lleva a pensar en el tío-abuelo de Cuenca o hasta en el vecino de arriba. Cualquier mínimo parecido o parentesco se convertirá en una prueba indiscutible de que nos vamos a convertir en una bola de billar.
Pero la cosa puede ser más grave aún. Sólo hay algo peor que quedarse calvo y que te salga tipa: que tu pareja te deje cuando te quedas calvo y te sale tripa. La confluencia de estos factores puede hacer que los niveles de autoestima de un tío bajen hasta niveles que un médico consideraría peligrosos para la salud.
Como si no tuviésemos suficiente con aguantarnos a nosotros mismos en estas épocas de bajón, además tenemos que enfrentarnos a la incomprensión social. Porque, los hombres también lloran. Y según quien sea, llora mucho. La imagen que se ha dado durante años del tío duro que se rasca la entrepierna mientras se enciende una cerilla con la barba, juega en nuestra contra. Pues las cosas no son así. Nuestra autoestima también se basa en vernos bien y las canas, los michelines, las entradas y las arruguillas nos pueden fastidiar el día y la existencia si no aprendemos a tenerlos como compañeros de piso.
Es habitual que las mujeres piensen que estas cosas nos dan igual y es más habitual aún que nosotros no reconozcamos que nos importan. Pero puestos a confesarnos ¿preferimos hacerlo con un chico o con una chica? Pues eso depende de los especímenes que tengamos alrededor. Está claro que si nuestro grupo de amigos está compuesto por machitos que se saludan con una colisión de pectorales, poca compresión vamos a encontrar. Pero también es cierto, que hablar con un tío es más fácil porque nos entiende mucho mejor, puesto que pasa por lo mismo que nosotros.
TERÁPIA FEMENINA PARA SUBIR LA AUTOESTIMA |
Sin embargo, las chicas tienen muchos puntos a su favor para convertirse en la psicóloga perfecta. Para empezar están acostumbradas a sesiones maratonianas para subir el ánimo a cualquier amiga. Nadie como ellas conoce las palabras exactas que alguien que haya engordado, haya sido abandonado por su pareja o le hayan hecho un corte de pelo espantoso necesita oír para recuperarse. Nadie sabe despreciar como una mujer al causante de la infelicidad, ya sean las grasas saturadas, un peluquero con un mal día o un tío, al que acaban despellejando vivo.
Todas estas cualidades convierten a la mujer en insuperable como paño de lágrimas. Pero sus aptitudes para subir el ánimo de cualquier infeliz con una genética poco afortunada van mucho más allá. Porque el mejor antidepresivo es el sexo. Si es el chico el que tiene el bajón, no pierden la oportunidad de demostrarle que les pone más que nunca y organizan una noche romántica con él. Si es un colega, no se cortan y le presentan a todas sus amigas o amigos.
Y es que, si alguno de estos amigos tristones encuentra el amor, ya puedes empezar a buscar un diván elegante y montarte una consulta porque habrás descubierto que el mejor remedio para todas estas “tonterías” que nos dan a unos y a otras es que otro ser humano nos haga ver lo que realmente son: tonterías.