El tiempo es relativo. Basta con preguntar a hombres y mujeres cuánto tardan en arreglarse. Ellos dirían “cinco minutos”, ellas “Poco, veinte minutos, más lavarme el pelo, pintarme, depilarme…”. Así hasta el infinito. Mientras, ellos, delante del televisor, se preguntan qué instrumentos interpretan esa sinfonía de pum, ay, click, buzz y ruuum que suena en el baño.
Porque una mujer no deja nada al azar y menos su aspecto. Se arreglan hasta convertirse en el mayor expositor de las debilidades masculinas. Clásicos como los labios rojos, ropa ajustada o taconazos consiguen que el flujo sanguíneo de los tíos vaya en corriente descendente a la entrepierna.
Sin embargo, hay que moderarse con el exceso de artificios porque es muy difícil prolongarlos indefinidamente. Hay mujeres que, al llegar a la estabilidad en la relación, se abandonan hasta convertirse en un Mr. Potato. Un día su novio se da cuenta de que sus uñas eran postizas, su pelo era de quita y pon o incluso advierte que su novia se ha olvidado de qué es la depilación. En ese momento piensa, “¿qué pasó con la chica que conocí aquel día?”.
Y… ¿por dentro? Los hombres claman al cielo sujetadores y tangas que sólo existen en su mente. Imaginan una lencería transparente, minúscula y barroca que nada tiene que ver con los incómodos cierres de los sujetadores. Tengo un vecino al que su novia le regala conjuntos de lencería por su aniversario (aclaración para mentes perversas: se lo pone ella) y se vuelve loco cada vez que su novia estrena tanga.
Otro elemento indispensable del look femenino: los tacones. Una chica con tacones resulta muy sexy, pero es espeluznante ver cómo en una fiesta empiezan las cojeras repentinas, los tobillos llenos de tiritas y las muecas de auténtico dolor. ¿No sería mejor saltar a la pista con unas zapatillas y comerte el mundo (y al susodicho)?
Chicas, hay cosas imprescindibles para un hombre pero, si les hiciesen una encuesta, la mayoría diría que prefiere la belleza natural y no a una chica arregladísima y artificial. Es cierto que a nadie le amarga un dulce, pero… ¡cuidado! porque el exceso de azúcar empalaga.
Josep, es cierto que a las mujeres nos importa sentirnos guapas y gustar. Y sí, nos podemos pasar tranquilamente tres horas intentando encontrar la combinación perfecta para la ocasión... ¡Si supieras la de adrenalina que se libera!
ResponderEliminarHasta aquí, todo bien. Pero creo que el problema viene cuando una mujer se arregla única y exclusivamente para gustar a los demás y no para sentirse cómoda consigo misma, porque entonces, cuando ha conseguido su objetivo, puede caer en la despreocupación y, no sólo olvidarse de la persona que tiene al lado sino, aun peor, olvidarse de sí misma.
Por otra parte, los excesos nunca son buenos. Yo también prefiero la belleza natural y me parece genial usar detalles para resaltar los puntos fuertes y disimular los no tan buenos. ¿Por qué? La respuesta es sencilla: Pase lo que pase, prefiero ser yo misma. Es cierto que, gracias a esos pequeños recursos, una puede sentirse increíblemente guapa y rompedora. Sin embargo, cuando decide “disfrazarse”, pierde su encanto natural, convirtiéndose en otra persona, o incluso “cosa”. Y no hay nada más anti-erótico. Después de todo, creo que el arma más potente que una mujer posee es la confianza en sí misma. Una vez se siente cómoda, bonita y contenta en su propia piel, el resto… ¡es pan comido! ;)